Mujeres en minería: abrirse paso en un terreno cuesta arriba.

Mujeres en minería: abrirse paso en un terreno cuesta arriba.

En 2023, un informe sin precedentes del Parlamento de Australia Occidental dejó al descubierto una verdad incómoda: la industria minera sigue siendo un entorno hostil para las mujeres. El informe reveló que una de cada tres trabajadoras mineras había sufrido acoso sexual, confirmando lo que muchas de nosotras ya sabíamos por experiencia propia: en minería, ser mujer no solo implica demostrar competencias técnicas, sino también enfrentar resistencias culturales profundamente arraigadas.

La historia no es nueva, pero sigue vigente. A los 25 años, tras numerosos rechazos, logré obtener mi primer puesto como geóloga. Estaba llena de entusiasmo y motivación, dispuesta a aprender y contribuir. Sin embargo, desde el primer día, la bienvenida fue una prueba de fuego. En mi primera reunión, el jefe de geología cuestionó mi contratación, no por mis capacidades, sino por mi género. Me enfrentó a un interrogatorio técnico de más de dos horas que claramente buscaba poner en duda mis méritos.

No fue un hecho aislado. Poco después, un colega me sugirió que me pusiera un uniforme “sexy” para limpiar la oficina y servir café, mientras otros reían o guardaban silencio. La respuesta institucional: nula. La responsabilidad de “tomarlo con humor” recaía, por supuesto, en mí. Estas situaciones no solo humillan; erosionan la autoestima profesional y siembran dudas sobre la pertenencia en el espacio laboral.

A lo largo de los años, aprendí a desempeñarme en ese entorno. Tuve la suerte de encontrar mentores y compañeros varones que me apoyaron y me ayudaron a crecer. Pero ni el apoyo ni el buen desempeño técnico fueron escudos frente al machismo cotidiano. Las bromas sexistas, la minimización del trabajo, las evaluaciones condescendientes y la constante presión por “demostrar más” son parte del día a día de muchas mujeres en minería.

Esto no es una percepción personal aislada. Un estudio de McKinsey de 2023 indica que las mujeres en sectores dominados por hombres tienen 1.5 veces más probabilidades de padecer el síndrome del impostor. En minería, esa duda no surge espontáneamente: es cultivada por un entorno que deslegitima, cuestiona y minimiza sus logros. A ello se suma el desgaste emocional: en Australia Occidental, el 30% del personal minero reporta altos niveles de angustia psicológica, con un 38% que experimenta agotamiento. Para las mujeres, estas cifras se agravan cuando enfrentan acoso y discriminación de género.

La representación femenina en minería sigue siendo baja. Apenas el 14% de la fuerza laboral global, y menos del 10% en América Latina, está conformada por mujeres, en su mayoría en roles administrativos. Y cuando ingresan, sus capacidades son puestas en duda, especialmente si provienen de programas de diversidad. Paradójicamente, iniciativas creadas para fomentar la inclusión muchas veces se convierten en armas de doble filo: “estás aquí porque eres mujer, no porque lo merezcas”, se escucha con demasiada frecuencia. Sin un cambio profundo en la cultura organizacional, esos programas no solo fallan; generan rechazo y retroceso.

Pero hay otra cara. A medida que conocí a más mujeres dentro del sector, encontré una red de apoyo sólida, resiliente y generosa. Mujeres que comparten estrategias, que se acompañan, que inspiran. Gracias a ellas entendí que los desafíos que enfrentamos son estructurales, no individuales. No es una cuestión de falta de carácter o sensibilidad. Es el resultado de una cultura forjada durante generaciones bajo un modelo excluyente.

Como mujeres en minería, nuestra responsabilidad no es solo destacar en lo técnico. También debemos allanar el camino para quienes vienen detrás. No basta con abrir la puerta: hay que sostenerla abierta. Es necesario preparar a las nuevas generaciones, no solo en habilidades profesionales, sino también en herramientas interpersonales y emocionales que les permitan navegar un entorno que aún no está listo para recibirlas con equidad.

El cambio debe ser sistémico. Las empresas mineras deben dejar de ver la equidad como una obligación estética y empezar a tratarla como una cuestión de sostenibilidad. Necesitamos protocolos efectivos para prevenir y sancionar el acoso, capacitaciones obligatorias en respeto laboral, redes formales de mentoría y espacios seguros para que las mujeres puedan crecer sin ser señaladas o reducidas.

La minería está en plena transformación, impulsada por la urgencia de minerales críticos para la transición energética. Pero el verdadero progreso no se mide solo en toneladas o tecnología, sino también en la capacidad de construir espacios de trabajo donde todas las personas puedan desarrollarse en condiciones de igualdad.

Las mujeres no pedimos favores ni tratos especiales. Exigimos lo básico: respeto, justicia, y la oportunidad de prosperar sin tener que pagar un costo personal excesivo. El futuro de la minería será sostenible solo si es, también, equitativo.

Texto original de:
Carolina Marín Suárez es geóloga y estudiante de maestría en la Universidad de Columbia Británica (UBC), en la Unidad de Investigación de Yacimientos Minerales (MDRU).

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