FLS impulsa la economía circular en minería al reconstruir componentes críticos no reparables
En el Centro de Servicios FLS, la innovación tomó forma en un logro técnico sin precedentes: la reconstrucción de un
El radar terrestre (GBInSAR / SSR) se ha consolidado como una herramienta poderosa para el monitoreo de taludes, capaz de detectar desplazamientos milimétricos en tiempo real y cubrir amplias áreas sin necesidad de acceso físico.
Sin embargo, cuando se aplica en diques de terraplén, su desempeño presenta particularidades que requieren una interpretación cuidadosa.
En este tipo de estructuras, la superficie no es estática: con el tiempo, la vegetación, los escurrimientos y la erosión modifican la textura del terreno, afectando la coherencia de los datos. Durante las mediciones realizadas, se observó que incluso las lluvias intensas generaban picos de deformación aparente —movimientos registrados por el radar que no correspondían a desplazamientos reales, sino a cambios temporales de humedad o reflectividad superficial.
Para mitigar estos efectos, se instalaron puntos de referencia fijos (monolitos de concreto y reflectores metálicos), que actúan como anclas visuales para mantener la geometría estable del sistema. Considerando que, por cada 100 metros de distancia entre el radar y el talud, el tamaño del píxel era de 1×1 metro, estos puntos debieron dimensionarse adecuadamente para garantizar lecturas confiables.
Aun con estas medidas, los resultados confirmaron una lección clave:
🔎 En terraplenes, el radar debe utilizarse como herramienta complementaria, no principal.
Los inclinómetros y prismas topográficos continúan siendo los instrumentos más confiables para confirmar desplazamientos.
Una buena analogía proviene del mantenimiento industrial:
El radar sería como un sensor de vibración o una cámara térmica, que ofrece una visión general del comportamiento del sistema. En cambio, los inclinómetros y prismas serían los instrumentos de precisión, como un calibrador o reloj comparador, que confirman exactamente dónde y cuánto se ha movido una estructura.
El uso combinado de ambas tecnologías permite distinguir entre el ruido superficial y los movimientos estructurales reales, optimizando la toma de decisiones y reduciendo falsas alarmas.
En conclusión, la experiencia de campo demuestra que, en terraplenes compactados, el radar aporta un valor significativo cuando se interpreta con criterio geotécnico y se complementa con mediciones de contacto.
Porque en la geotecnia —como en la minería— el reto no es solo medir, sino entender lo que el terreno nos quiere decir.

Información de los reportes públicos de:
Karla Ortega Gamiz