
La industria mundial del diamante enfrenta una de sus peores crisis en décadas. Caídas históricas en ingresos, despidos masivos y cuestionamientos a su relevancia económica y cultural han puesto en jaque a actores clave como De Beers, Alrosa y Lucara.
De Beers, el mayor productor por valor, reportó una baja del 44% en ingresos y acumula más de 2,000 millones de dólares en inventario sin salida. Otras empresas enfrentan desafíos similares: Lucapa se declaró en quiebra, Petra Diamonds atraviesa una reestructuración directiva, y Koidu Limited en Sierra Leona cerró operaciones tras perder 16 millones de dólares por huelgas. Incluso firmas consideradas más estables, como Lucara, hoy operan bajo advertencias de continuidad.
¿Un colapso definitivo?
Para la empresaria tecnológica y académica Leanne Kemp, no hay dudas: “la industria se desmorona”. Según su análisis, el modelo que durante décadas sostuvo la narrativa de permanencia, romance y rareza ha perdido conexión con un consumidor que ahora exige trazabilidad, ética y sostenibilidad.
Sin embargo, otros analistas como Paul Zimnisky ven una crisis grave, pero no terminal. Atribuye el desplome a una sobrecorrección tras el auge post-COVID y al avance imparable de los diamantes cultivados en laboratorio, que ofrecen precios más accesibles y un origen controlado. Para él, el futuro dependerá de la capacidad del sector para reinventarse en materia de marketing y narrativa de valor.
¿Qué está en juego?
En países como Botsuana, Namibia, Canadá o Rusia, el impacto va más allá de lo empresarial. Se trata de economías fuertemente ligadas a los ingresos que deja la minería de diamantes, donde una caída sostenida en el sector pone en riesgo empleos, divisas y programas sociales.
Ante este panorama, De Beers ha cerrado su línea de joyería de laboratorio, Lightbox, y busca reposicionar el diamante natural como un bien aspiracional. Pero ni siquiera su venta encuentra compradores: Anglo American ha reducido su valoración en más de 4.500 millones de dólares en solo un año.
¿Qué viene?
El “brillo” del diamante no se ha extinguido, pero necesita una justificación actual. Según Kemp, el futuro no está en el lujo por sí mismo, sino en la transparencia del origen, el comercio justo y el relato ético. Para Zimnisky, sin una narrativa clara y compartida por todos los actores del ecosistema, incluso las piedras más valiosas perderán relevancia.
El diamante ha dejado de ser un símbolo incuestionable. Su futuro dependerá no solo de su rareza, sino de su capacidad para adaptarse a los valores de un mundo que ha cambiado radicalmente.

Con información de Cecilia Jamasmie