Te acabas de servir una taza de café. Cultivado en Colombia o en Brasil, en grandes plantaciones intensivas, o quizá en Costa Rica de forma sostenible. Manufacturado, tostado y molido en origen o puede que transportado seco en grandes contenedores marítimos para terminar con el proceso en la otra punta del mundo. Lo acabas de hacer en una cafetera italiana sobre un hornillo de gas o a lo mejor venía en una cápsula plástica que has metido en la máquina de expreso. Qué más da, es una taza de café…
Sin embargo, cada uno de estos pasos implica un determinado impacto medioambiental, más o menos emisiones de gases de efecto invernadero. La huella de carbono de una taza de café nos habla también de la huella de carbono de un producto, de una empresa, de un sector y de un país. Y del potencial de cambio climático de todos nuestros hábitos de consumo y de los procesos productivos
. En entender los entresijos de la huella de carbono está una de las llaves para superar con éxito la crisis climática en la que estamos metidos. El impacto de una taza de café negro es, en realidad, bajo. Su huella de carbono no supera los 20 gramos de CO2 equivalente. Si tomamos un capuccino con leche de vaca, sin embargo, sus emisiones se multiplican por 40. Mientras tanto, la misma versión italiana del café con leche, pero hecha con una bebida vegetal de soja, divide su huella de carbono entre siete.
Los datos, extraídos de un estudio reciente dirigido desde la Universidad de Leeds. en Reino Unido, son solo medias en base a los productos disponibles para los consumidores británicos. Pero nos sirven para entender cuál es la huella de nuestro consumo. Una versión estándar del desayuno tradicional inglés (con sus salchichas, panceta, huevo, pan y verduras) genera 3,8 kilogramos de CO2 equivalente por persona, sin contar la bebida.
Abstracto obtenido de la publicación de BBVA La Huella de Carbono y el desafío de las emisiones.
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