Cuando la cultura empresarial se convierte en un disfraz

Cuando la cultura empresarial se convierte en un disfraz

En el discurso oficial, las empresas se presentan como comunidades. Hablan de pertenencia, propósito y valores. Hacen campañas de “bienestar”, imprimen frases inspiradoras en las paredes y te invitan a vivir “la camiseta puesta”. Pero cuando llega la hora de decidir entre personas o números, la realidad se impone: la cultura se disuelve, y lo que queda es Excel.

Un fenómeno, cada vez más común y dolorosamente reconocible, cuando una empresa te abraza con una mano y te patea el alma con la otra. Cuando el discurso emocional se convierte en instrumento de retención… hasta que dejas de ser útil.

No es personal, es estructural... ¿Es broma?

Como señalaba Erich Fromm, el ser humano moderno es tratado como objeto: valorado solo por su función. Y así, el trabajador que ayer era “parte de la familia”, hoy recibe su carta de despido por correo, o peor, por WhatsApp. Ya no hay vínculos: hay métricas. Ya no hay trayectorias: hay eficiencia.

Martin Buber hablaba de las relaciones Yo-Tú, donde hay reconocimiento, y Yo-Eso, donde hay utilidad. En muchas compañías, las relaciones son de tipo Yo-Eso: los empleados son recursos. Y como todo recurso, cuando ya no rinde, se reemplaza.

El costo humano de un sistema impersonal

No se trata de un error del sistema. Es su diseño. El capitalismo afectivo promete comunidad mientras conviene, pero aplica lógica de descarte cuando conviene más. Por eso Albert Ellis advertía contra creencias falsas como “si soy leal, tendré estabilidad”. Esa es una ilusión que muchas veces termina con una caja en la mano y la dignidad en pausa.

El efecto es devastador, no solo para quien se va, sino para quienes se quedan: todos entienden que mañana podría ser su turno. Y lo entienden en silencio, porque en la cultura del alto desempeño, el miedo no se discute, se disimula.

¿Hay alternativa?

Sí, pero exige coraje. Exige liderazgos que no usen el “compromiso” como eslogan, sino como responsabilidad. Exige políticas de salida dignas, decisiones humanas y coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.

Porque si pedir alma y luego despedir sin rostro es la norma, entonces la cultura empresarial no es cultura: es utilería.

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